La atmósfera de
indeterminación - caracterizada por la sobreinformación, la mirada desintegrada
de la realidad, la debilidad axiológica, la ausencia de relatos unificadores,
la deslegitimación de las instituciones
y las prácticas sociales, el aumento del poder mediático como contrapartida del
descrédito del pensamiento político - funda el sustrato de un mundo que se
presenta de un modo muy complejo y, básicamente, confuso. Si la realidad ya no
es abordable desde puntos de vista centrales, si la fragmentación de los
discursos evidencia que la palabra ha dejado de tener contundencia frente a la
autoridad inconmensurable de la imagen y si, además, se atraviesa por una
crisis del pensamiento, anémico por el exceso de liviandad e ironía, parece
obvio insistir en la necesidad de establecer ejes desde donde analizar las
condiciones en las que se desenvuelven hoy los procesos de aprendizaje.
[...]
[...]
Frente a la evidente
imposibilidad para discernir realidad y ficción y ante la manifiesta
indeterminación e inestabilidad de un mundo que se presenta cada vez más
encubierto, habrá que admitir que la educación artística debería brindar
herramientas a los alumnos para que sean capaces, al finalizar su recorrido por
los distintos niveles, de comprender la actualidad y los horizontes posibles,
lo que se ofrece directamente a los sentidos y lo que se oculta o devela, lo que
ya existe y lo que aún no ha encontrado su forma.
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El sistema educativo forma parte de esta
cuestión no de manera tangencial, sino estructural. Es, junto a los medios de
comunicación, el modo en que los grupos de la clase dominante garantizan, o no,
el control y la difusión de sus enunciados y la supervivencia de sus intereses,
aspecto sobre el que abundan estudios que provienen de la sociología y la
pedagogía crítica. La separación institucional entre educación y cultura es un
emergente de esta disputa.
La
reconstrucción teórica de estos procesos sociales se vuelve aun más ardua sin
los componentes que refieren a sus posibilidades futuras, a lo no verificable en términos fácticos. El tenor de los interrogantes descritos es inabordable desde un perfil
lógico-técnico que constituye una suerte de generalización de lo inmediato, una
articulación entre operaciones lógicas y reglas metodológicas. Las
predicciones de los pensadores de la escuela de Frankfurt (mucho más una
perspectiva de análisis que un método) en cuanto a los límites de la llamada sociedad racional
parecieran cumplirse. Asumir tareas educativas en este contexto de indeterminación supone
bastante más que un simple registro y sistematización de los hechos. Si hay un
aspecto que aparece como aporte de la teoría crítica es el de concebir que
cuando la verdad no es realizable dentro del orden social existente, ésta
adquiere el carácter de utopía. Pero esta utopía (palabra que carga con cierta
fatiga) no implica un horizonte infinito de posibilidades, no es una fantasía.
El sentido de la educación, el camino hacia el mundo del adulto, no habla tanto
de la libertad de la imaginación como de la libertad real.
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Las limitaciones de la
ciencia tradicional se vuelven particularmente estériles cuando se procura
entender el universo simbólico de los jóvenes, quienes no cuadran en dicho
modelo, entre otras razones por su renuencia al consumo de textos científicos y
el reemplazo de la cultura verbal por la visual y audiovisual. Y si bien es
cierto que la repetición ampliada a la que aludían Adorno y sus pares ha hecho
su trabajo, el divorcio entre la educación tradicional y los niños y
adolescentes no se explica únicamente en las carencias críticas de estos. En todo
caso, la alineación alcanza a todos los actores del sistema. Por otro lado, la
segmentación de clases resulta más
compleja que la que Marx describía.
Toda clasificación de grupo o estrato, sea material, cultural o religiosa es
dinámica. Si aquello que sustituye a un objeto ausente puede
ser entendido como signo, ¿cuál es el objeto ausente al que reemplaza el
carácter autosuficiente, críptico y segmentado de esta nueva juventud? Difícil
respuesta. Niños de clase media alta que usan celular y adultos que intentan parecer adolescentes. Quizás, un rastro de
esa ausencia pueda leerse en los problemas que afronta el mundo adulto para
asumirse como tal. No eliminar al opuesto, decía Marcusse.
...
El arte ha sido concebido según la época como oficio, manifestación divina, creación autónoma, invención racional, emergente de un sujeto recluido en su subjetividad e, incluso, como producto de una lógica instrumental y tecnicista desvinculada de cualquier intento crítico. En los tiempos que corren, el concepto de obra de arte se asimila más a la materialización sensible de un conjunto de valores culturales, individuales y colectivos que a un modelo unívoco aplicable a una producción particular. Diríamos con Jiménez que la producción artística es un punto de encuentro entre lo racional, lo intuitivo y la cultura. Las tensiones entre lo popular y lo académico, la producción y la reflexión crítica, el pasado y el presente, forman parte de las preocupaciones habituales entre artistas y docentes de arte y aparecen como una constante en la elaboración de proyectos institucionales.
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El arte ha sido concebido según la época como oficio, manifestación divina, creación autónoma, invención racional, emergente de un sujeto recluido en su subjetividad e, incluso, como producto de una lógica instrumental y tecnicista desvinculada de cualquier intento crítico. En los tiempos que corren, el concepto de obra de arte se asimila más a la materialización sensible de un conjunto de valores culturales, individuales y colectivos que a un modelo unívoco aplicable a una producción particular. Diríamos con Jiménez que la producción artística es un punto de encuentro entre lo racional, lo intuitivo y la cultura. Las tensiones entre lo popular y lo académico, la producción y la reflexión crítica, el pasado y el presente, forman parte de las preocupaciones habituales entre artistas y docentes de arte y aparecen como una constante en la elaboración de proyectos institucionales.
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Las
estrategias que emplean los docentes de arte para dar sus clases distan de
conformar un cuerpo coherente y tienden a imbricar recursos que provienen de
distintas concepciones.
No obstante, en esta diversidad es posible reconocer la influencia de por lo
menos tres corrientes que, con sus matices, impactaron en la enseñanza del arte
fundamentalmente en las clases de música y plástica de la escuela primaria y
secundaria.
Una responde al modelo teórico expositivo tradicional que tiende a
materializar una secuencia de aprendizajes mediante las cuales los alumnos internalizan
determinados conocimientos como un saber verdadero por medio de la transmisión
verbal. Con sus variables, la función reproductiva delinea un arquetipo cuyos postulados pedagógico-didácticos
se estructuran en los opuestos expositor/ reproductor y promueven extensas
disertaciones acerca de géneros, estilos y autores centroeuropeos clásicos y
obras que ilustran el relato que las precede en medio de bostezos de los
adolescentes en una escuela secundaria, promoviendo un encuentro destinado al
olvido. El aprendizaje es valorizado estimando la cantidad de información
captada en forma de imágenes, habilidad que comúnmente se denomina “capacidad
de abstracción”.
Otro
enfoque
afirma que el conocimiento proviene de la experiencia sensible. Su carácter
científico se funda en la observación, la experimentación y la comprobación y
atribuye especial importancia a aquello
que desde afuera es incorporado por el sujeto y
modela su conducta. El aprendizaje es consecuencia de un encadenamiento
sucesivo de estímulos y respuestas, controlado por acciones externas más que
por la intervención de procesos internos del sujeto.
El
cuerpo estructural de estas teorías prescinde de la conciencia del sujeto en
favor de limitar su estudio a las relaciones directas entre estímulo y
reacción, partiendo del postulado de que a igual entorno todos los experimentos
debieran arrojar igual resultado, ya que el sujeto no construye a priori.
Método y objetivo guían las estrategias de aprendizaje: el problema, entonces,
se reduce a seleccionar el método adecuado para garantizar las asociaciones
entre el mundo circundante y las “impresiones” mentales.
El
conductismo pedagógico-artístico recurre inevitablemente a los reflejos innatos
para justificar lo inexplicable, su eslabón más débil, esto es que los alumnos
ofrecen diversas respuestas frente a un mismo estímulo. Acaso el arte más
reconocible, el
que no precisa
enmascararse
detrás de la neutralidad, haya contribuido a poner en jaque esta concepción
que, sin transponer los límites del funcionalismo, acabó legitimando los
equilibrios del mercado. La teoría crítica desnudó con crudeza el modo en que
la teoría tradicional disfraza
su propia atadura al aparato social a partir de la negación de la
interdependencia entre procesos sociales y validación científica.[1] Con posterioridad, la
llamada pedagogía crítica profundizó el análisis de las relaciones entre poder,
ideología y procesos de producción con la formulación de las contradicciones
entre currículum explícito y currículum oculto. Estas contribuciones mantienen
su vigencia fundamentalmente porque echan luz sobre el paralelismo entre el rol
asignado a los trabajadores en el sistema
de producción en serie y el papel de los alumnos en el sistema educativo. A ambos les está vedada la
plena participación en los procesos de intervención sobre la realidad. Las
limitaciones de este modelo se acentúan cuando sus postulados se transfieren
literalmente a la educación artística. Por detrás de las cuestiones
metodológicas, el intento por reducir estos lenguajes a sus aspectos cuantificables deviene
en intervenciones pedagógicas que soslayan aspectos intuitivos, inconscientes o
culturales y anulan la singularidad.
En
los dos
casos
el papel asignado a la subjetividad, la cultura y la composición es mínimo.
Como contrapartida, en paralelo se instaló otra corriente de gran predicamento
en las escuelas que puso el acento en las capacidades de creatividad y autoexpresión,
y que centró el fin del aprendizaje no en el contenido o en el objetivo, sino
en el sujeto. En la llamada “educación por el arte” el aprendizaje por
descubrimiento, la actividad como principio de la enseñanza y una marcada
apertura a producciones contemporáneas o populares colocaron como prioritarios
los intereses de los alumnos. Con el profesor en un rol de orientador, toda
planificación de la enseñanza fue juzgada nociva. La sobrevaloración de la “expresión libre", la generación de climas cálidos
y contenedores en los que el alumno pudiera manifestarse sin ataduras fue
acompañada por la descalificación del docente
y la enunciación de objetivos y contenidos tan generales como difíciles
de incluir en
un programa de clase. La expresión de los sentimientos sustituyó a la enseñanza
de contenidos característicos de las disciplinas. Ser creativos, sensibles, vivenciar el arte y otros estereotipos
por el estilo formaron parte del vocabulario de los docentes durante años sin
poder precisar qué aprendizajes concretos derivan de estos postulados.
La fantasía del artista indisciplinado, nocturno y bohemio, sensible e
inestable, más cercano a la inspiración que al trabajo encontró en este modelo
su morada. A menudo, las consignas de la libre expresión han resultado no menos
paralizantes que las más rígidas recetas del conductivismo. La descalificación
social de la clase de artística en las escuelas, más una hora libre que un
ámbito de producción y enseñanza de conocimientos es consecuencia en parte de
estas metodologías. [2]
En todo caso, no se trata de elegir un modelo
u otro, sino de propiciar una revisión de la propia práctica docente sin
desconocer la especificidad de los lenguajes artísticos. Un plástico no puede
ni debe dar clases de danza, ni un músico clases de teatro, salvo que esté
calificado profesionalmente para ello.
La complejidad y provisoriedad de
los problemas enunciados obligan a formular esta agenda de temas prioritarios
como interrogantes: ¿qué enseña el arte? ¿Qué aporta a la formación integral de
un alumno?
En
primer lugar, retornando a Jiménez, el arte permite una liberación sensitiva,
una suerte de emancipación de los sentidos cuya función social es
irremplazable. El arte no
consiste en llorar, en ser “creativo”, ”sensible”
en el sentido de la permanente revelación
de las emociones, sino en privilegiar la materialización de lo otro. Esta
emancipación se produce en el ámbito de la ficción, de la apariencia. La obra
no traduce literalmente la subjetividad, la despoja, la vuelve más leve o
cargada de nuevas significaciones, incluso la puede negar.
La
frecuentación del arte vuelve la subjetividad más compleja. A la vez, esa complejidad se
traslada a la objetividad alejada de los parámetros del positivismo lógico que
pretende reducir toda manifestación
simbólica a magnitudes cuantificables por medio de la observación. ¿Cuánto mide
el amor, el olor a café, la madrugada, la profundidad de los ojos del ser amado?
En
segundo lugar, el arte desempeña una función social como portador de valores simbólicos.
En la búsqueda de universos comunes el arte contribuye en la afirmación de la
identidad nacional y regional.
Pero la función más
importante del arte en el mundo contemporáneo es la construcción de
significados, no como consuelo, como paliativo del sufrimiento humano, sino
como potenciador de las
imágenes por medio de las cuales desplegamos nuestra vida.
...
Si
acordamos que el arte no es una técnica, que supone una técnica pero que es un
lenguaje metafórico, procesual, comunicativo, con códigos diferentes al de los
lenguajes verbales, que construye verosímiles y no verdades, es necesario
entonces ampliar la discusión sobre estos asuntos. El aporte de la educación
artística en una etapa histórica que propicia lecturas literales de una
realidad cuyo emergente más tangible es curiosamente la imagen, en la que
los proyectos colectivos se han
debilitado, aparece como un puente hacia el futuro. Un puente cuyos cimientos
descansan en la producción de sentido.
Daniel
Belinche
Licenciado en Música. Decano de la Facultad de Bellas Artes
de la Universidad
Nacional de La Plata. Titular de la asignatura Apreciación
Musical en la citada Unidad Académica.
Mariel Ciafardo
Profesora en Historia de las Artes
Visuales. Titular de la asignatura Lenguaje Visual I en la Facultad de Bellas Artes
de la Universidad
Nacional de La Plata. Directora de Publicaciones de la citada
Unidad Académica. Directora de La Puerta , revista internacional
de Arte y Diseño.
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