- Quiero saber dónde debo ir. No quiero estar sin poder crecer. Aprendiendo las lecciones para ser. -

19 marzo, 2012

Fragmentos- El banquete

-¿No te has dado cuenta que existe algo intermedio entre la sabiduría y la ignorancia?
-¿Qué es eso?
-El tener una recta opinión sin poder dar razón de ella.



Todo lo que es genio está entre lo divino y lo mortal.


No es pobre jamás el Amor, ni tampoco rico. Se encuentra en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia


Pues es la sabiduría una de las cosas más bellas y el Amor es amor respecto de los bello, de suerte que es necesario que el Amor sea filósofo y, por ser filósofo, algo intermedio entre el sabio y el ignorante.



Es menester – comenzó -, si se quiere ir por el camino
recto hacia esta meta, comenzar desde la juventud a dirigirse hacia los cuerpos bellos y, si
conduce bien el iniciador, enamorarse primero  de un solo cuerpo y engendrar en él bellos
discursos; comprender luego que la belleza que reside en cualquier cuerpo es hermana de la
que  reside  en  el  otro  y  que,  si  lo  que  se  debe  perseguir  es  la  belleza  de  la  forma,  es  gran
insensatez no considerar que es una sola e idéntica cosa la belleza que hay en todos los
cuerpos. Adquirido este concepto, es menester hacerse enamorado de todos los cuerpos
bellos y sosegar ese vehemente apego a uno solo, despreciándolo y considerándolo de poca
monta. Después de eso, tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos,
de tal modo que si alguien es discreto de alma, aunque tenga poca lozanía, baste ello para
amarle, mostrarse solícito, engendrar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores a
los jóvenes, a fin de ser obligado nuevamente a contemplar la belleza que hay en las normas
de conducta y en las leyes y a percibir que todo ello está unido por parentesco a sí mismo,
para considerar así que la belleza del cuerpo es algo de escasa importancia.



 He aquí, pues, el
recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por
las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de
ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de
dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de
las normas de conducta a las bellas ciencias,  hasta terminar, partiendo de éstas, en esa
ciencia de antes, que no es ciencia de otra  cosas sino de la  belleza absoluta, y llegar a
conocer, por último, lo que es la belleza en sí.  Ese es el momento de la vida, ¡ oh querido
Sócrates! – dijo la extranjera de Mantinea – en que más que ningún otro, adquiere valor el
vivir del hombre: cuando éste contempla la belleza en sí.



Dicen, en efecto, que el que ha pasado por esto alguna vez no quiere contar cómo fue su sufrimiento a nadie, salvo a los que han sido picados también, en la idea de que son los únicos que le van a comprender y a mostrarle indulgencia si no tuvo vergüenza de cometer o decir cualquier disparate por efecto del dolor. Pues bien, yo he sido picado por algo que causa todavía más dolor, y ellos en la parte más sensible al dolor de aquellas en las que uno puede ser picado: el corazón o el alma, o como se deba llamar eso. Ahí he recibido la herida y el mordisco de los discursos filosóficos, que son más crueles que una víbora, cuando se apoderan de un alma joven no exenta de dotes naturales, y la obligan a hacer o a decir cualquier cosa.


Platón








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