En los últimos años el ser humano ha logrado auscultar los confines del espacio sideral a través de la extensión tecnológica: el Hubble y otros telescopios de alguna forma han alterado nuestra conciencia, revelando los paisajes astrales que el ser humano solo había podido entrever durante sueños o visiones místicas. Profusos campos policromáticos, velos de luz diamantina, fuegos arrebolados, figuras que se dibujan vagamente con la ayuda de la pareidolia o a través de espejo esmeralda de Hermes: “como arriba, es abajo”.
Numerosas culturas, entre ellas algunas de las más brillantes —como la maya, la griega y la india— han tejido historias fundacionales, arquetipos y mitologías en las que los dioses —y los hombres que de alguna manera alcanzan la divinidad, roban el fuego— se imprimen en el cosmos, se convierten en las estrellas, constelaciones y galaxias: como si eleveran su espíritu a la luz. Quedan tatuados en formas astrales, eternamente representando una historia arquetípica: persiguiendo a una mujer, cazando un antílope o tomando la figura de su animal tutelar. Estos signos que antes alcanzábamos a ver solamente con el ojo desnudo, ahora se ven aumentados por la profundidad de campo que nos muestra las matrices de las estrellas, los surtidores, los cuales también parecen hablarnos con el color, la forma y la luz: un lenguaje arcano que intuimos escribe en el cielo nuestro nombre, nuestro código, nuestra esencia: todo se repite con sutiles variaciones, todo es uno, el otro y el mismo.
Entre las imágenes que aquí recopilamos existen numerosas figuras antropomórficas, quizás proyecciones que hace el hombre en su búsqueda de sentido: el ojo de dios, la mariposa, el corazón, el cangrejo y hasta el balón de futbol compuestos de polvo y gas incandescente. Sin embargo, alguien podría pensar —siguiendo la línea de pensamiento que hizo a Milton decir, “El Dios que colgó la estrellas como lámparas en el cielo”— que estas figuras nebulares no son meras casualidades, sino manifestaciones de la conciencia universal y como tales, mantienen una armonía y un orden: nos comunican y lo que dicen son nosotros. El espacio como lienzo en el cual brota, surgiendo del mar, el espíritu.
Sean el resultado de la evolución que avanza ciegamente o de la mente que en su ardor se materializa, las nebulosas cumplen una función psicodélica, una función artística que nos permite vernos reflejados en el cielo y sentirnos parte de el misterio
“Nebulosa del Corazón”: Anahata chakra en el cosmos.
“Nebulosa del Águila”, también conocida como “Los Pilares de la Creación”, nominado anteriormente el cuerpo más hermoso del universo. El pilar más famoso se conoce como “la Hada”, una especie de ángel gaseoso que se eleva con altivez ingualable.
“Nebulosa del Cangrejo”, eléctrico crustáceo emitiendo rayos de alta energía en la profundidad del espacio.
“La Nebulosa de Gabriela Mistral”, otra nebulosa que evoca una pareidolia, en este caso el rostro de la poetisa chilena Gabriela Mistral: el misterio y el madrigal de luz.
“La Nebulosa del Ojo de Gato”, la pupila felina de luz diamantina, también evoca la danza de los átomos en su emisión vorticial de energía nuclear.
La nebulosa NGC 6751: otro ojo cósmico con un collar de joyas fibrilares.
“La Nebulosa de la Hélice”, también conocida como el “Ojo de Dios”, una majestuosa mirada azul por donde la divinidad nos espía.
“La Nebulosa del Balón de Futbol”: el partido cósmico entre los dioses y los hombres.
“La Nebulosa del Cono”, la silueta grácil de un ser cósmico —entre puma y ángel— cuyo tercer ojo resplandece en el centro de una gládnula pineal de helio.
“Nebulosa de Cassiopea”
“Nebulosa del Casco de Thor”, otra pareidolia o un espejo de arquetipos: las historias de los dioses están grabadas en las estrellas.
“La Nebulosa de la Mariposa” evoca los trazos de Miguel Ángel en su representación de la conexión entre Dios y el hombre.
Nebulosa NGC 4038
“La Nebulosa de Orión”, una de las más hermosas de nuestro universo cercano, el ombligo de la creación según la cultura maya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario