Cuando sus amigos le preguntaban cúantas mujeres había tenido en su vida, respondía "Pueden haber sido 200". Algunos envidiosos afirmaban que exageraba. Él se defendía: "No es tanto. Tengo relaciones con mujeres desde hace unos 25 años, 200 divido 25 dan unas 8 mujeres por año".
¿Qué buscaba en ellas? ¿No es el acto amoroso la eterna repetición de lo mismo?No. Siempre queda un pequeño inimaginable.Sólo somos capaces de imaginarnos lo que es igual en otras personas, lo general. El -yo- individual es aquello que se diferencia de lo general, o sea, lo que no puede ser adivinado ni calculado de antemano, lo que en el otro es necesario descubrir, desvelar, conquistar.No está obsesionado por las mujeres, está obsesionado por lo que hay en cada una de ellas de inimaginable.
Podemos preguntarnos por qué buscaba esa diferencia precisamente en el sexo. ¿Es que no podía encontrarla, por ejemplo en la forma de andar, en los placeres culinarios o en las preferencias artísticas de tal o cual mujer?
Por supuesto, la diferencia está presente en todos los campos de la vida humana, sólo que en todos los demás está al alcance del público, no es necesario descubrirla, no hace falta el escalpelo. El que una mujer prefiera el queso a las tartas y no soporte la coliflor, es también síntoma de originalidad, pero esa originalidad nos convence inmediatamente de que es superflua, inútil, y de que no tiene sentido dedicarle nuestra atención ni a buscar en ella valor alguno. Únicamente en la sexualidad la diferencia aparece como algo extraordinario, porque no está al alcance del público y es necesario conquistarla.
"La única manera de salvar el amor de la estupidez del sexo hubiese sido la de ajustar de otro modo el reloj de nuestra cabeza y excitarnos viendo una golondrina."
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