Historias de amor | |
Alejandro Dolina
El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no esta en casi ninguna parte. Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor.Los Hombres Sensibles de Flores tomaban ese rumbo cuando querían explicar el cosmos. Y hasta los Refutadores de Leyendas tuvieron que admitir casi sin reservas, que el amor existe. Eso si, nadie debe confundir el amor con la dicha. Al contrario: a veces se piensa que amor y pena son una misma cosa. Especialmente en el barrio del Ángel Gris, que es también el barrio del desencuentro. Las historias amorosas de los tiempos dorados son casi siempre tristes. Esto no basta para afirmar que todos los romances fueron desdichados: sucede -tal vez- que el arte necesita nostalgia. No se puede ser artista si no se ha perdido algo. Los poemas de amor satisfecho aparecen como una compadrada de mercaderes afortunados. Por eso los poetas de Flores buscaban el desengaño, porque pensaban que cerca de el andaba el verso perfecto. Casi todos quedaban en la mitad del camino. Manuel Mandeb veía las cosas de un modo mas complicado. Admitía que la pena de amor conducía al arte. Pero también sostenía que el propósito final del arte es el amor. La recompensa del artista es ser amado. Así parecía opinar Ives Castagnino, el músico de Palermo, quien componía valses melancólicos al solo efecto de seducir señoritas. Cuando no lo lograba, su tristeza le dictaba otras canciones que mas tarde le servían para deslumbrar señoritas nuevas y así recomenzaba el circulo. Algunos muchachos sin vocación artística trataban de merecer a las damas cultivando las ciencias, la bondad, el coraje, la riqueza o la extorsión. Los autores de aforismos extrajeron de estas realidades una conclusión modesta: si no fuera por el amor, nadie haría gran cosa. Las muchachas beligerantes podían objetar que estos pensamientos parecen reservados a la conducta masculina. Al respecto, Mandeb creía que las mujeres hacían de ellas mismas un hecho artístico. El polígrafo de Flores, en un rapto de arbitrariedad, llego a establecer un orden de cualidades, según su eficacia para enamorar. Coloco en primer lugar la belleza y luego la juventud, aclarando que estas dos virtudes son tal vez una sola. Después ubico las condiciones espirituales: inteligencia y bondad. En último termino, el poder y el dinero. Muchedumbres de feos de cierta edad polemizaron con Mandeb reclamando el derecho a ser amados por su limpieza, trayectoria comercial o apellido ilustre. De todos modos, para este oscuro pensador, el amor era una flor exótica cuyo hallazgo ocurría muy pocas veces. - De cada mil personas que pasen por esa puerta -decía- acaso nos conmueva solamente una. Del mismo modo, quizá solo una entre las mil tenga a bien impresionarse con nosotros. La cuenta es sencilla: sin contar percepciones engañosas y desilusiones posteriores, la posibilidad de un amor correspondido es de una en un millón. No esta tan mal, después de todo. Pero dejemos la pura especulación de los espíritus obtusos de Flores. Mucho mas interesante es saber como amaron realmente. Para ellos habremos de transcribir algunas historias que presumen de veraces y que han llegado hasta nosotros por avenidas literarias o por oscuros atajos confidenciales. Jorge Allen, el poeta, amaba a una joven pechugona de los barrios hostiles. Según supo después, alcanzo a ser feliz. Una noche de junio, la chica resolvió abandonarlo. - No te quiero mas - le dijo. Allen cometió entonces los peores pecados de su vida; suplico, se humillo, escribió versos horrorosos y lloro en los rincones. La pechugona se mantuvo firme y rubrico la maniobra entreverandose con un deportista reluciente. El poeta recobro la dignidad y empleo su tiempo en amar sin esperanzas y en recordar el pasado. Su alma se retemplo en el sufrimiento y se hizo cada vez mas sabio y bondadoso. Muchas veces soñó con el regreso de la muchacha, aunque tuvo el buen tino de no esperar que tal sueño se cumpliera. Mas tarde supo que jamas habría en su vida algo mejor que aquel amor imposible. Sin embargo, una noche de verano, siete años y siete meses después de su pronunciamiento, la pechugona apareció de nuevo. Las lagrimas le corrían por el escote cuando le confeso al poeta: - Otra vez te quiero. Allen nunca pudo contar con claridad lo que sintió en aquellas horas. El caso es que volvió a su casa vacío y desengañado. Quiso llorar y no pudo. Nunca mas volvió a ver a la pechugona. Y lo que es peor, nunca mas, nunca mas volvió a pensar en ella ni a soñar su regreso. Manuel Mandeb supo tener amores con una niña muy joven de la calle Páez. La muchacha no hizo cuestión por la diferencia de edades y ademas es cierto que Mandeb era un hombre de aspecto soberbio, dentro de su sombrío estilo. Pero pronto empezaron las dificultades. Un día Mandeb insistió en caminar bajo un aguacero mientras recitaba a los gritos un soneto flamante. Una noche le hizo el amor en la casa embrujada de la calle Campana para espantar a los demonios. A veces, en la madrugada, se trepaba hasta la ventana de la niña, en el tercer piso, y dejaba prendida una flor roja. Una tarde de invierno le hizo probar el licor del olvido y el vino del recuerdo. En verano, le sacaba la blusa en las calles oscuras y le ponía alguna de sus gastadas camisas azules. Para su cumpleaños le regalo una sombra robada en Villa del Parque que había encerrado en una cajita de cristal. Después enseño a todos los pájaros de Flores a cantar el nombre de la muchacha en su ventana. Entonces la niña abandono a Mandeb y comento luego a sus amistades en una pizzería: -No éramos de la misma generación. Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35. Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y -a veces- ligaba una mirada prometedora. Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudandola a recoger unos libros desbarrancados. Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar. Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados. Sin embargo, los demonios decidieron intervenir. Saliendo de Haedo, la chica trato de abrir la ventanilla y no pudo. Con festo mundano, Gorriti copo la banca. - Por favor.... Se prendió de las manijas, tiro hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un estruendo irreparable. Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largo del tren en Morón. Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10. En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba enteramente. Unas cuadras mas abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. El las rechazaba honestamente. El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y se amados por quien no podemos amar. El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia. El ruso Salzman tuvo muchas novias. Y a decir verdad solía dejarlas al poco tiempo. Sin embargo jamas se olvidaba de ellas. Todas las noches sus antiguos amores se le presentaban por turno en forma de pesadilla. Y Salzman lloraba por la ausencia de ellas. La primera novia, la verdulera de Burzaco, la pelirroja de Villa Luro, la inglesa de La Lucila, la arquitecta de Palermo, la modista de Ciudadela. Y también las novias que nunca tuvo: la que no lo quiso, la que vio una sola vez en el puerto, la que le vendió un par de zapatos, la que desapareció en un zaguán antes de cruzarse con el. Después Salzman lloraba por las novias futuras que aun no habían llegado. Los hombres sabios no se burlaban del ruso pues comprendían que estaba poseído del mas sagrado berretin cósmico: el hombre quería vivir todas las vidas y estaba condenado a transitar solamente por una. Aprendan a soñar los que se contentan con sacar la lotería...... Hay una calle en Flores en la que viven todas las novias abandonadas. Al atardecer salen a la vereda y miran ansiosas hacia las esquinas para ver si vuelven los novios que se fueron. A veces conversan entre ellas y rememoran viejos paseos por el Rosedal. Por las noches se encierran a releer cartas viejas que guardan en cajitas primorosas o admirar fotografías grises. Los domingos se ponen vestidos floreados y se pintan los labios. Algunas escriben diarios íntimos con letra prolija. Dicen que no es posible encontrar esa calle. Pero se sabe que algún día desembocara en la esquina el batallón de los novios vencedores de la muerte para rescatar a las novias perdidas y llevarlas de paseo al Rosedal. Esto será dentro de mucho tiempo, cuando endulce sus cuerdas el pájaro cantor. Existen por ahí infinidad de personas confiables que juran que el amor es posible en todos los barrios. No habrá de discutirse semejante tesis. Pero el que tuviera que vivir pasiones locas, es mejor que no pierda el tiempo en rumbos equivocados. Una historia terrible esta esperando en Flores. |
- Quiero saber dónde debo ir. No quiero estar sin poder crecer. Aprendiendo las lecciones para ser. -
12 octubre, 2011
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