Déjate llorar.
Pon tus manos al fuego
y que se quemen.
Déjate castigar.
Mana
desde todas tus fuentes,
que se te vea el fondo,
que se palpen
las piedras de tu lecho.
Abre tus ramas
y descubre tu tronco,
y muestra cómo
te camina la savia,
y cómo te vas creciendo en ella
y te futurizas
en cada
pedacito de piel
que descascaras.
Vacíate alguna vez
de todo aquello que te canta,
de todo aquello que te grita,
y déjate estar
en puro estar.
Sublímate
y asciende por la onda
que te sustenta
y con la que atraviesas
en prestado movimiento
por tu propia vida,
y ciérnete
hasta que de ti no quede
nada, más que vida.
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